Querida (y odiada) EM:

Lo reconozco, me lo has hecho pasar mal. Me has hecho asustarme hasta quedar paralizada, llorar hasta acabar con mis lágrimas y pasar noches enteras sin dormir pensando en qué pasará después. Pero echarte en cara todo esto no es el objetivo de esta carta. No. Esta vez te escribo para darte las gracias.

Tu llegada fue totalmente desafortunada e injusta, pero, a pesar de ello, has elevado a mi madre a una posición de admiración, de orgullo, de fascinación que cada día crece y crece entre todos aquellos que la conocemos y tenemos la suerte de crecer junto a ella.

Como ese niño que piensa que su madre es una heroína, que debe tener superpoderes y que puede con todo, yo aún la sigo viendo así. Una mujer fuerte, valiente, imparable.

Ella ha demostrado al mundo que con entereza, fortaleza y actitud, no solo eres capaz de afrontar esta enfermedad, sino que puedes convertirte en toda una chica crossfit, experta en alimentación paleolítica y totalmente fiestera sin necesidad de beber para salir y divertirse (mi madre ha reinventado el gin tonic en un “agua bonita con una rodajita de limón”).

Además, has sido para mí una manifestación real de lo que es el amor. La manera en que mi padre se asustó cuando llegaste a nuestra vida, la forma en que la mira cuando ella está más flojita o cómo ella le busca a él cuando necesita un abrazo. La cantidad de disgustos y discusiones con ella que me has ahorrado. Me has enseñado que no hace falta discutir para hablar las cosas y que si cuentas hasta diez, un posible enfado se convierte en un rebote pasajero sin importancia. Gracias por hacerme querer multiplicar las alegrías de mi vida por ella.

Para explicar lo que es la esclerosis siempre utilizamos el ejemplo de los cables que se pelan y los chispazos que se producen. Con tu llegada, una maravillosa familia y unos amigos de los de verdad se han convertido en ese protector que la envuelve y que no permite que exista cortocircuito posible, al menos en esto del amor. Gracias por demostrarle a mi madre la cantidad de gente que la quiere, que la rodea y que se preocupa por ella sin descanso.

Gracias, EM, por recordarme cada día que ella es el ejemplo de lo que quiero ser en mi vida, aunque ojalá no hubieras llegado nunca.

Carlota Jiménez de Andrade

Share This