Querida (y odiada) EM:

Todavía recuerdo el día en que has aparecido en mi vida como si fuera ayer y lo cierto es que ya han pasado 12 años. Recuerdo que era una soleada mañana de primavera y ese día no había ido al instituto porque tenía que acompañar a mi madre al médico. Recuerdo que era la primera vez que iba a las consultas externas del antiguo hospital de la ciudad. También recuerdo que por aquel entonces no tenía ni idea de lo que era un neurólogo, mucho menos de lo que significabas. Por aquél entonces mi vida era como la de cualquier niño de 13 años, sin embargo, ese día todo cambió.
Aunque a mi madre desde los 18 años sabía que iba a convivir contigo, ella había decidido guardarlo para sí misma y seguir con su vida, como hasta cuando te conoció. Pero llegó un momento en que decidiste apoderarte de ella de modo inexorable.
Recuerdo su cansancio, sus tropiezos y caídas, pero no te conocía. Recuerdo también como el neurólogo ese día nos presentó, me dijo que te llamabas esclerosis múltiple pero no de dónde venías, qué querías y cuál era tu cometido, por lo que no te di importancia.
Al cabo de unos meses vi como mi madre dejó el trabajo, empezó a andar con muletas y su comportamiento se empezó a volver agrio. Por aquél entonces, todavía no era muy consciente de lo que pasaba, pero sí veía como mi aún mundo infantil se desquebrajaba. Una familia rota, internamientos hospitalarios largos y reiterados, la gente que antes estaba empezaba a desaparecer, otra gente me demandaba comportamientos heroicos… Y yo todavía seguía sin comprender. Recuerdo lo gran incomprendida que me sentí, lo poco apoyada y lo sola que me encontré, y eso que yo no te padezco, o al menos directamente.
Con el tiempo te estabilizaste y nos diste una tregua, pero ahora vuelves a reaparecer y de la manera más dura de lo que nos podíamos imaginar.
Me has quitado muchas cosas, me has privado de mi madre. Sí, se que suena duro decírtelo, pero sé que muchas veces la que habla no es mi madre, sino tú. No obstante, no todo lo que te tengo que decir es negativo, de hecho debo darte las gracias. En lo más fondo de mi alma, debo darte las gracias por aparecer, aunque lo cierto es que me hubiese gustado que nunca lo hubieras hecho.
Me has hecho mejor persona. Me has enseñado, bueno, nos has enseñado, a mi y a mi madre, a luchar. Me has hecho conocer a personas maravillosas que me han ayudado, apoyado y creído en mi incondicionalmente. Me has enseñado lo que es la constancia y el sacrificio. Me has dotado de valores que creo que de otra manera ni conocería. Me has enseñado que por mil piedras que la vida te ponga por el camino hay que levantarse y seguir trabajando por lo que uno cree y quiere. Me has enseñado y dado tantas cosas que creo que lo que a día de hoy soy te lo debo a ti, por increíble que parezca.
Creo que todo en esta vida pasa por algo y tu no formas parte de una casualidad, así que debo ser sincera contigo y darte las gracias por todo lo que me has dado. Espero algún día poder corresponderte como te mereces.

Edna

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